jueves, 3 de mayo de 2018

Carta: triste final para el Palacio de Osuna

Para algunos la casa de Farinelli, para otros el Palacio de Osuna, para mí; la casa de mi abuela, la casa donde nació mi madre y la casa en la que me crié y viví muchos años.
Ayer quedó reducida a cenizas, triste final para toda una vida de especulaciones inmobiliarias.
El edificio se divide en dos partes, la parte delantera que da a la calle del príncipe pertenecía a un dueño que fue vendiendo las viviendas. La parte trasera (curiosamente la que se ha quemado y en la que vivía mi abuela) pertenecía a otro propietario. Mi abuela tenía dos casas por las que pagaba 7000 pesetas (alquiler de renta antigua). El edificio estaba medio en ruinas pero no lo parecía porque lo mantenían los inquilinos del inmueble. Nunca se tuvo intención ninguna de rehabilitar esas viviendas ya que esos precios de alquiler no eran rentables... los vecinos fueron muriendo y la única que quedaba allí era mi abuela, querían echarla a toda costa, comenzaba el boom inmobiliario. Esa mitad del edificio (la que se ha quemado) fue vendida a una promotora que iba a construir un hotel de lujo, viviendas.... Mi abuela ya no vivía allí (la casa era inhabitable) pero mi abuela aún vivía y eso les impedía seguir con sus planes. Aún así, tiraron todos los tabiques de todas las casas dejándolas diáfanas, todas excepto la de mi abuela. La burbuja inmobiliaria pinchó y el abandono se volvió a apoderar del edificio y esta vez no había inquilinos que lo mantuvieran con vida así que tarde o temprano este incendió iba a pasar.... especulación, descatalogación de “edificio histórico”, revalorización y a construir!!! Triste final pero predecible.

Me quedo con los bonitos recuerdos de mi paso por esa casa, sus galerías en las que echábamos carreras, sus 26 escalones, sus pasillos a los que daba miedo asomarse, sus dos adelfas con flores blancas, su fuente, su baño comunitario abandonado, su trampilla que daba a los tejados y en el que mi abuelo ponía barreños para protégenos de las goteras, su frío en invierno, su frescor en verano, la soga que guardaba mi abuelo para usarla en caso de incendió atándola a la pata de la cama y bajando por la ventana (ay abuelo, nunca lo tuvimos que poner en práctica pero gracias por ese plan de evacuación), los balcones tan floridos y llenos de macetas como los tenía mi abuela, ese patio del tendedero (sin acceso) donde si se caía alguna prenda la tenías que recuperar con un plomo lleno de anzuelos de pescar, la voz de mi abuelo llamándonos para que le ayudáramos con la compra, la voz de mi abuela diciendo: “el braseeeeero” para que no nos olvidásemos de apagarlo.
Si abuela, el edificio se ha quemado y no hemos sido nosotros.
María Martínez Redondo.)

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